Siempre me ha hecho gracia eso de poner nombres a las geodas, aunque reconozco que hay ocasiones en que la geoda lo merece. Sin embargo, salvo las mejores, muchas de las piezas de las mismas son tan buenas o peores como las de otras anónimas.
El pasado 26 de febrero, a un día de mi 50 cumpleaños, di con una geoda que sin ser de esas enormes que merezcan un nombre monacal y eclesiástico, consideré que igual sí merecía uno más laico y profano.
La susodicha geoda bautizada como Geoda 50 años reapareció en una visita relámpago de un par de horas que era lo que tenía antes de volver para cumplir con las obligaciones familiares. Tras unos primeros minutos
de tanteo en los que no salía nada decidí revisar una geoda antigua de la que saqué este cuarzo y de la que fue imposible rescatar nada más sin romperlo todo. Así que allí quedó para otros aficionados con más corazón y suerte.
A punto de marcharme por pura desesperación decidí revisar una geoda de la que había sacado algunas sideritas rojas pequeñas hacía más de dos años y que abandoné porque se iba en profundidad y no parecía tener mucho más que rascar. Craso error el mio que pude subsanar con un puntero largo que había metido en la mochila a pesar de lo que pesaba.
Tras unos minutos ampliando la apertura de la geoda decidí darle un golpe al lateral del fondo de la geoda y ahí que salió casi flotante la primera pieza de siderita roja brillante totalmente recubierta de calcitas de la mañana. Con ella empezaron a salir muchas otras menores y similares en tamaño y calidad, también muchas pequeñas como la de la imagen de abajo.
Aunque iba con prisa y el reloj corría en mi contra, conseguí sacar con bien un lote importante que, por desgracia, aún no he tenido tiempo de desenvolver y limpiar, lo mismo que de otros yacimientos.
En futuras entradas iré desgranando alguna de las piezas según me lo permitan las obligaciones.
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