23 de septiembre de 2022

Mi experiencia con los minerales. Capítulo III

Así fueron pasando las horas, y aquello parecía no tener fin. Bajo un sol de justicia, y con el machacón repiqueteo de los piquitos de ambos dos en diferentes puntos del escenario de trabajo, andaba yo de un lado para otro, comiendo mi manzanita, buscando un lugar donde poder mear tranquilamente (misión esta harto imposible, ya que el tipo parecía un enano saltarín y allá donde fuera, allá que me lo encontraba pico en ristre, incansable el tío). Comencé a sentir una irrefrenable fijación por mi reloj de pulsera. Ya que no daba crédito a mis ojos, más de las cuatro de la tarde, y los dos tíos de un lado para otro, intentando sacar algo de provecho entre aquella cantidad de mierda, ¡¡y sin comer!! Yo es que ya no aguantaba más, mi aguante de recién casada tenía un límite. Así que ahí me acerco a Agus, y como que no quiere la cosa, le informo convenientemente de la hora. El tío me mira sorprendido, y parece como que sale de un letargo y la panza le empieza a crujir. "Pues sí, habrá que comer", sugiere. Ya, pienso yo, es lo que se suele hacer. Que digo yo que los aficionados a los minerales también comen, porque pinta de pasar hambre no tienen no, y no creo que la variscita y las piritas estén sabrosas y ricas entre pan y pan.

Total, que nos acercamos al tipo y le hacemos la sugerencia de dar buena cuenta de los bocatas que nos aguardaban en la leonera digoo, en su maletero. Y el tío nos mira como si le estuviéramos preguntando su opinión sobre el big bang. Vamos, que parecía no tener hambre después de tanto picar. Pero parece que le damos penita y da su brazo a torcer. Eso sí, primero había que tomarse unas birritas, digo yo que no sería para celebrar los hallazgos de la mañana. Que aprovecho para informar que pese a que Agus reconoció que no había más que mierda por aquellos lares, ambos dos portaban dos buenas bolsas de piedrolos.

La idea era tomarse las birritas en el pueblo, ya sabéis, el que sale en Gente y programas de esos. Como podréis imaginar, el pueblo en cuestión era pequeñito, de esos que se recorren en un periquete sin cansarse demasiado. Pero por lo visto yo estaba equivocada y para alcanzar a ver un bar en aquella zona era indispensable coger el coche, el 4x4 que hasta entonces estaba tan tranquilito. De manera que nada, nos subimos al coche, y tras dar unas buenas vueltas, por fin encontramos una especie de bar donde poder refrescar el gaznate. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, al bajar del vehículo, me doy cuenta de que estamos a escasos 20 metros del sitio donde hacía 10 minutos había estado aparcado el coche. Repito por si no os habéis percatado: 10 MINUTOS PARA 20 METROS. Ni en los mejores atascos de la A-8, lo juro y creedme que los he padecido.

Para no penséis que exagero y os podáis hacer una idea de la situación, os muestro un pequeño mapa del asunto:

A nada que seáis un poco avispadillos, seguro que recordáis aquello de "la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos", que hasta yo que soy de letras me lo sé, pero el tipo este entre tanto polvo y piedrusca se debió olvidar del detalle y nos hizo un recorrido turístico por el pueblo. Insisto, 10 MINUTOS PARA 20 METROS.

Pese a todo, y mira que soy imbécil, yo seguía intentando ser positiva, y aunque el agujero de mi estómago era ya más grande que el de los astronautas de Alien, pensé que era mejor hidratarme porque al menos en la tele siempre dicen que te mueres antes de sed que de hambre, y como aquello no tenía visos de llegar al momento bocata, opté por la supervivencia pura y dura. Me trinqué casi un litro de agua... y el tipo casi lo propio de cerveza. Mira que conducía él, y si ya nos metió buenos meneos en el camino de ida y estaba sobrio, con los barriletes de cerveza que estaba trasegando comencé a ver mi integridad física seriamente en peligro. Más valía llenar pronto la panza, al menos si moría, que no fuera de hambre.

A todo esto, el fulano no paraba de hablar (entre trago y trago), de piedras. Y Agus le seguía la conversación. Que luego me dijo que no, que él también estaba harto, pero qué bien disimulaba. Con diplomáticos así, ríete tú de Carter y demás coleguillas de patio.

Calculo que serían sobre las cinco cuando nos subimos de nuevo al 4x4. Y entre que abre la escotilla de arriba (ya sabéis, cáncer de pulmón versus pulmonía, gran dilema), y guardar los hallazgos en la leonera (sí, leonera. Una ya no estaba para eufemismos), resulta que suena su móvil. Era su hermano. Y el tío nos reproduce la conversación. Por lo visto tenía su padre una enfermedad de esas con efectos escatológicos, y nos lo describió muy bien, por si nos daban los síntomas, supongo. Y luego le explicó a su hermano el planazo que tenía ese día. Que estaba con unos amigos (error), que estaban buscando minerales (si tú lo dices...), y que íbamos a ir más veces juntos en alegre birlibirloque (en ese momento Agus esbozó una mueca de risotada y yo le lancé una mirada de las mías: sobremicadáver+nilosueñes. Este "nilosueñes" a veces me da resultado, sobre todo en el tema piedras. Gracias al cual creo que sigo en mi estado civil y no viuda. Pero ese es otro tema).

Por fin arrancamos. Todavía no sabía a dónde. Pero cuando llegamos, añoré el rincón perdido que habíamos abandonado, porque el nuevo sitio era tremendo. Y lo peor es que después volví más veces, con Agus. Si es que la culpa es mía...

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