5 de julio de 2017

Una de cuarzo con rabas por favor

No ha llovido ni nada desde aquella entrada en la que hablaba de las bondades del cuarzo. Y es que cada año que pasa queda más justificada aquella entrada en la que, básicamente, decía que para muchos muchos muchos coleccionistas los yacimientos de cuarzo bueno eran el secreto mejor guardado y sus piezas las más apreciadas.

Pues bien, hoy voy a darle una vuelta de rosca más (si cabe) al asunto de los cuarzos.

Y es que si los cuarzos tipo Herkimer gordos y transparentes son muy apreciados por muchas razones, una la del cuervo, cuando éstos van acompañados del algo ya ni te cuento. Muchos creen que las combinaciones cuarzo con ortosa, cuarzo con siderita, cuarzo con fluorita, cuarzo con apatito, cuarzo con prehnita, etc., los hacen mucho más bonitos y valiosos, y yo creo que tienen razón.

Cuarzo lo hay mejor y mucho más en Brasil o Pakistán, tochos gordos y bien transparentes, pero sin ningún tipo de firma de su procedencia (al menos para el ojo de los menos expertos). Un cuarzo puro y límpido que bien podría haber crecido en un laboratorio con el tiempo suficiente y las condiciones adecuadas.

Sin embargo, para mi al menos, los cuarzos acompañados de algo que, además los asocia indiscutiblemente a un yacimiento, me parecen mucho más interesantes.

En alguna ocasión he encontrado cuarzos totalmente transparentes pero recubiertos de una fina capa de óxidos que se quitan con la uña o carbonatos que desaparecen con salfumán, pero nunca he querido quitar esa capa para dejar un solitario cuarzo porque, reitero que es mi opinión, hubiera perdido toda su idiosincrasia y valor coleccionístico.

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