25 de septiembre de 2022

Mi experiencia con los minerales. El desenlace.

Y ahí estaba yo, con un agujero en el estómago más grande que el de la capa de Ozono, anhelando esa nueva parada donde se suponía que, por fin, íbamos a degustar nuestras viandas, que por otro lado estarían ya criando, desde la hora en que la suegri nos había preparado los bocatas.

La siguiente (y última, gracias Señor) parada de este periplo inenarrable (e irrepetible, a riesgo de nuestro matrimonio) era Pineda de la Sierra. Un pueblecito agradable, de esos de paso para tomarse un cafecito en el bar-restaurante, con el par de paisanos que no se terminan nunca su café con gotas, con aroma a tabaco rancio y al pelo quemado de las cabezas de jabalíes, corzos y ciervos que adornan las paredes. Poca luz y cuatro tapas pasadas de fecha tras el mostrador, pese a lo cual uno sigue pensando que se puede comer bien ahí, sobre todo en invierno, con tantos bajo cero... Bueno, al hilo de esta descripción os podéis hacer una somera idea de mi agujero estomacal. Y es que para no variar, antes de llegar al lugar-objetivo, el colega se trincó un par de cervecitas más. Y digo yo que tenía ya la vista nublada, de ahí que no pillara más que mierda con su chupipico de minero.

Para llegar al lugar-objetivo, había que atravesar una especie de camino sin señalizar, que sólo encontraban pirados como mi marido y el colega, puesto que había que dejar el coche en una esquina del camino, donde Cristo dio las tres voces, pero más lejos todavía, vamos, que como te lo robaran, ahí te quedabas porque estábamos en medio de la nada. Pero el tipo era precavido, y torturó un poco más a su 4x4 adentrándose por el susodicho camino, hasta que ya vio que la cosa se ponía chunga (que no era el coche fantástico. Los de mi época me entienden), y no le quedó otra que ir a pie. Que no os lo he contado, pero parece ser que eso de ser aficionado a los minerales y con gusto por el deporte no debe ser muy compatible, y no son pocos los que tienen coches de tercera y cuarta mano para traquetear con ellos casi hasta la puerta de la mina, todo por no desgastar las botas. Pero bueno, dejo para mejor ocasión mis impresiones sobre esta parte de la vida del aficionado a los minerales, porque si no más de uno me va a coger ojeriza y no es cuestión de fastidiarle las ferias a mi marido. Para uno que lo ve como forma de hacer ejercicio...

Volvamos al tema. Estábamos ya fuera del coche, y tras caminar un ratito (no mucho), llegamos por fin a la bocamina (qué términos más chulos estoy aprendiendo), a la sazón un agujero soportado por unas tablas de madera desvencijadas, pasto de arañas y demás bichitos, lleno de polvo y, cómo no, de mierda, gran protagonista de la jornada. Flanqueaba el paisaje un riachuelillo que discurría paralelo a una tubería gigantesca en plan anaconda que no presagiaba nada bueno. Y no me equivoqué. Porque el oasis para comer estaba al final más o menos de aquel enorme tubo, y tuvimos que caminar por una especie de terraplén que según el tipo prometía piezas prodigiosas de piedrolos, hasta llegar a un remanso del citado riachuelillo.

Nos acomodamos en unas rocas, prestos a degustar las viandas. En serio que no podía creer estar viviendo este momento. Abrir la mochila para ventilar los bocatas y darles buena cuenta fue una experiencia cuasimística. Pero más místico fue ver al colega preparar su comida. Porque claro, en la leonera de su coche no podía tener preparada ya la comida. No. Eso, a las seis de la tarde que eran ya, era mucho pedir. Así que nos viene el tío con una cestita de mimbre en plan camping, y saca:

1. La botella de vino y la pone a refrescar en el margen del río. La piedra con vino entra.

2. La hogaza de pan.

3. El queso.

4. El jamón.

5. El cuchillo.

Y mientras empieza con mucha solemnidad a preparar su comida, nos cuenta la historia de su vida. Como podréis imaginar, yo me dedicaba básicamente a comer, porque su periplo vital no me importaba lo más mínimo. Pero era inevitable escucharle, en aquel lugar no vivían ni los grillos. Y además era surrealista ver preparar la comida. Con gran parsimonia cortaba los trozos de queso y jamón, y los iba colocando sobre el pan como si estuviera haciendo una figura de mecano. Y a mí ya empezaba a ponerme de los nervios y me estaban entrando unas ganas locas de arrancarle el cuchillo de la mano y prepararle yo el bocata en un pis-pas. Que pasaban ya de las seis, hombre...

A todo esto, yo ya me había terminado el bocata, y estaba dando cuenta del paquete de Filipinos que habíamos comprado. El aburrimiento hacía estragos, y amenazaba con atacar seriamente mis glúteos y demás zonas sensibles a las grasas.

El tío seguía con la historia de su vida, fiel reflejo y consecuencia de esta extraña afición, llevada por él al extremo. Y es que su vida sentimental había estado marcada por los piedrolos, que le sumieron en más de un dilema y en, según él, incomprensibles discusiones de pareja y rupturas. Claro, pobrecito. Es que las mujeres no os entendemos. Porque, ¿qué puede ser más romántico que estar todo el día con el espinazo doblado buscando piedras, zamparse un bocadillo a las seis de la tarde vaya usted a saber dónde, y volver a casa llena de polvo y mierda? Es que las tías somos muy raras...

Debo señalar además que estos instantes me sentí más que nunca como mujer florero. Porque ambos dos intercambiaron impresiones sobre el mundo de los minerales, se contaron su vida profesional, el cómo había llegado a esta extraña afición... Y yo ahí estaba, se suponía, comiendo Filipinos. Como si esa fuera mi misión vital. Ni se dignó a preguntarme "y tú, ¿qué haces?". Nada. Silencio. No, si no me extraña que se dedique a las piedras.

Los Filipinos se terminaron, y el atardecer iba llegando, gran aliado para escapar cuanto antes de allí. El colega, en un alarde de claridad de ideas, comentó que a lo mejor había que hacer una incursión por el terraplén y alrededores para intentar buscar algo antes de que cayera la noche. Yo me veía ya buscando hueco cómodo junto a la tubería-anaconda para dormir.

Buscar piedras por el terraplén, plano inclinado o como narices se llame, no es cosa cómoda. Porque si ya es un coñazo buscarlas (sobre todo si no sabes lo que buscas) en un terreno plano, podéis imaginaros la cosa cuando andas en plan mandril para no intentar desmorrarte y al mismo tiempo encontrar alguna cosa que supuestamente sea un mineral o algo parecido. Sin embargo ellos, y sobre todo, él, andaban tan campantes, como si andar retorcido fuera su estilo de vida, cual Quasimodo. En fin, que el mundo no dejará de sorprenderme.

Tras estar un buen rato con el espinazo torcido (ellos, ya que yo desistí al poco rato, y pasé al plan B: lanzar miradas de maruja asesina al fulano, a ver si se percataba, al menos, de la hora, que amenazaba oscuridad), decidieron buscar un ratito más, junto a la entrada a la mina. Como podéis comprobar, de maruja asesina tengo poco, o eso, o el tío es un insensible de puñetera madre, porque mis miradas no dieron resultado.

Sólo cuando el sol finalizó su jornada, y como ¡oh lástima!, no había traído linternita, entendieron que lo más prudente era volver al pueblo. No sin antes hacer nueva paradita en el bar (el de las tapas rancias de párrafos superiores), ya sabéis, para tomar las curvas como hay que tomarlas, con un par de cervecitas fluyendo por tu sangre, que es como mejor se cogen.

El regreso en coche fue en plan Fernando Alonso. De pronto el tío se dio cuenta de que estaba oscuro (de noche, se dice de noche), y no quería que le cogiera más oscuridad en la carretera (en esto casi me troncho, ahora nos salía su vena responsable. Es lo que tiene el alcohol). Así que nada, con la cerveza en el cuerpo, el techo del coche corrido, para que entre el aire, sus cigarritos mil ahumando el vehículo, y el gps dando la nota (ya no me flipaba, sólo había una línea en medio de la nada. Y es que no había nada, ni grillos. Ni lobos. Ná), enfiló a toda pastilla el camino de vuelta. Yo acurrucada en un rincón del asiento de atrás, intentando esquivar el humo del tabaco y el fresquete que entraba por la ventana. Y ellos con una conversación absurda sobre los resultados del día, y futuras excursiones para coger más mierda digoo, piedras. Lo de nilosueñes y sobremicadáver seguía vigente en esa conversación.

Creo que nunca me ha hecho tanta ilusión como entonces llegar al pueblo. Calculo que serían sobre las diez de la noche, con mierda y polvo hasta las orejas, hambre a destiempo y un mosqueo de mil pares. La despedida fue breve pero significativa. El colega ¡por fin! se dio cuenta de mi mirada, y como mi marido ya la venía viendo desde hacía bastante, no se enrollaron mucho.

La liada la tuvimos gorda al llegar a casa. Porque encima de mi mosqueo, mi marido se tronchaba de risa con mi reporting del momento vivido, y mis suegros me decían que la culpa era mía, por haberle acompañado. Que razón no les faltaba, no lo niego. Pero al menos ha servido para daros a conocer este relato, que espero que os haya gustado, y que lo difundáis entre las féminas acompañantes de aficionados a los minerales, para que no se llamen a engaño.

A disfrutar.

23 de septiembre de 2022

Mi experiencia con los minerales. Capítulo III

Así fueron pasando las horas, y aquello parecía no tener fin. Bajo un sol de justicia, y con el machacón repiqueteo de los piquitos de ambos dos en diferentes puntos del escenario de trabajo, andaba yo de un lado para otro, comiendo mi manzanita, buscando un lugar donde poder mear tranquilamente (misión esta harto imposible, ya que el tipo parecía un enano saltarín y allá donde fuera, allá que me lo encontraba pico en ristre, incansable el tío). Comencé a sentir una irrefrenable fijación por mi reloj de pulsera. Ya que no daba crédito a mis ojos, más de las cuatro de la tarde, y los dos tíos de un lado para otro, intentando sacar algo de provecho entre aquella cantidad de mierda, ¡¡y sin comer!! Yo es que ya no aguantaba más, mi aguante de recién casada tenía un límite. Así que ahí me acerco a Agus, y como que no quiere la cosa, le informo convenientemente de la hora. El tío me mira sorprendido, y parece como que sale de un letargo y la panza le empieza a crujir. "Pues sí, habrá que comer", sugiere. Ya, pienso yo, es lo que se suele hacer. Que digo yo que los aficionados a los minerales también comen, porque pinta de pasar hambre no tienen no, y no creo que la variscita y las piritas estén sabrosas y ricas entre pan y pan.

Total, que nos acercamos al tipo y le hacemos la sugerencia de dar buena cuenta de los bocatas que nos aguardaban en la leonera digoo, en su maletero. Y el tío nos mira como si le estuviéramos preguntando su opinión sobre el big bang. Vamos, que parecía no tener hambre después de tanto picar. Pero parece que le damos penita y da su brazo a torcer. Eso sí, primero había que tomarse unas birritas, digo yo que no sería para celebrar los hallazgos de la mañana. Que aprovecho para informar que pese a que Agus reconoció que no había más que mierda por aquellos lares, ambos dos portaban dos buenas bolsas de piedrolos.

La idea era tomarse las birritas en el pueblo, ya sabéis, el que sale en Gente y programas de esos. Como podréis imaginar, el pueblo en cuestión era pequeñito, de esos que se recorren en un periquete sin cansarse demasiado. Pero por lo visto yo estaba equivocada y para alcanzar a ver un bar en aquella zona era indispensable coger el coche, el 4x4 que hasta entonces estaba tan tranquilito. De manera que nada, nos subimos al coche, y tras dar unas buenas vueltas, por fin encontramos una especie de bar donde poder refrescar el gaznate. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, al bajar del vehículo, me doy cuenta de que estamos a escasos 20 metros del sitio donde hacía 10 minutos había estado aparcado el coche. Repito por si no os habéis percatado: 10 MINUTOS PARA 20 METROS. Ni en los mejores atascos de la A-8, lo juro y creedme que los he padecido.

Para no penséis que exagero y os podáis hacer una idea de la situación, os muestro un pequeño mapa del asunto:

A nada que seáis un poco avispadillos, seguro que recordáis aquello de "la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos", que hasta yo que soy de letras me lo sé, pero el tipo este entre tanto polvo y piedrusca se debió olvidar del detalle y nos hizo un recorrido turístico por el pueblo. Insisto, 10 MINUTOS PARA 20 METROS.

Pese a todo, y mira que soy imbécil, yo seguía intentando ser positiva, y aunque el agujero de mi estómago era ya más grande que el de los astronautas de Alien, pensé que era mejor hidratarme porque al menos en la tele siempre dicen que te mueres antes de sed que de hambre, y como aquello no tenía visos de llegar al momento bocata, opté por la supervivencia pura y dura. Me trinqué casi un litro de agua... y el tipo casi lo propio de cerveza. Mira que conducía él, y si ya nos metió buenos meneos en el camino de ida y estaba sobrio, con los barriletes de cerveza que estaba trasegando comencé a ver mi integridad física seriamente en peligro. Más valía llenar pronto la panza, al menos si moría, que no fuera de hambre.

A todo esto, el fulano no paraba de hablar (entre trago y trago), de piedras. Y Agus le seguía la conversación. Que luego me dijo que no, que él también estaba harto, pero qué bien disimulaba. Con diplomáticos así, ríete tú de Carter y demás coleguillas de patio.

Calculo que serían sobre las cinco cuando nos subimos de nuevo al 4x4. Y entre que abre la escotilla de arriba (ya sabéis, cáncer de pulmón versus pulmonía, gran dilema), y guardar los hallazgos en la leonera (sí, leonera. Una ya no estaba para eufemismos), resulta que suena su móvil. Era su hermano. Y el tío nos reproduce la conversación. Por lo visto tenía su padre una enfermedad de esas con efectos escatológicos, y nos lo describió muy bien, por si nos daban los síntomas, supongo. Y luego le explicó a su hermano el planazo que tenía ese día. Que estaba con unos amigos (error), que estaban buscando minerales (si tú lo dices...), y que íbamos a ir más veces juntos en alegre birlibirloque (en ese momento Agus esbozó una mueca de risotada y yo le lancé una mirada de las mías: sobremicadáver+nilosueñes. Este "nilosueñes" a veces me da resultado, sobre todo en el tema piedras. Gracias al cual creo que sigo en mi estado civil y no viuda. Pero ese es otro tema).

Por fin arrancamos. Todavía no sabía a dónde. Pero cuando llegamos, añoré el rincón perdido que habíamos abandonado, porque el nuevo sitio era tremendo. Y lo peor es que después volví más veces, con Agus. Si es que la culpa es mía...

22 de septiembre de 2022

Mi experiencia con los minerales. Capítulo II

Total, que al día siguiente allí estábamos los dos como un par de campeones, frente a la casa de nuestro "amigo", equipados hasta las cejas: por un lado, la mochila con la comida. Por otro, el material para extraer el material. Que no os lo he contado, pero cuando vamos a buscar pedruscas, mi marido lleva más equipo que Juanito Oyarzabal cuando sube al K-2: el pico, el mazo, el cincel, el papel de periódico para guardar los hallazgos (yo los leo y releo en mis ratos de aburrimiento), las gafas protectoras que no se pone, las gafas de cuando estudiaba en la Uni en plan UnDosTrés y que son las que se pone para proteger, los guantes de protección que empezó a ponerse cuando pensó que le había picado una víbora (y en realidad era una hierbecita. El tema es que a mí casi me da un infarto del susto. El directo es lo que tiene), restos de pedruscas de viajes anteriores, y polvo, muuucho polvo en las mochilas. En total, tres mochilonas, más los bastones de montaña.

A todo esto llega el tipo con lo puesto, esto es, unos vaqueros y una camisa a cuadros, que parece que se va de potes en lugar de a por piedras. Como no ha comprado pan, mi marido va raudo y veloz a comprar una barra, mientras yo espero a que el tipo saque su famoso 4x4 para meter “el equipaje” en el maletero… Bueno, llamar maletero a eso es como llamar jovenzuela a la Duquesa de Alba, porque parece una leonera entre artilugios que escapan a mi mente femenina, bolsas llenas de mierda y cestitas que no acierto a imaginar lo que pueden contener. De alguna manera que todavía no me explico, introducimos nuestras mochilas, y entre que llega Agus, pierden un poco el tiempo hablando de mapas y piedrolos y esas cosas, nos subimos al coche y comenzamos el periplo. Una y no más, Santo Tomás.

Había olvidado describir el todoterreno del tipo. Era un coche japonés de color negro y cristales tintados. Bueno, eso creo, porque tenía las ventanillas bajadas y encima tenía techo de esos deslizantes y también lo tenía abierto, con lo que el huracán Mitch nos acompañó un buen rato. Aunque para ser justos se lo tengo que agradecer porque el tío fumaba como un carretero. Vamos, que no había muchas opciones: o pillabas cáncer de pulmón como fumador pasivo, o agarrabas una pulmonía que no te levantabas.

El todoterreno venía equipado con un gps que te indicaba hasta el caminito que hubieran hecho los jabalíes entre las montañas que rodean el pueblo en cuestión. Una pasada. Confieso que me quedé embobada mirando el aparatito, y eso me entretuvo un rato mientras la pareja seguía hablando de minerales.

En unos minutos salimos del pueblo y cogimos la carretera hacia la estación de esquí, justo donde habíamos estado el día anterior Agus y yo, pero andando, claro. Con el todoterreno nos adentramos en caminos de piedra y poco transitables con un cuatroruedas. Pero claro, para eso era un todoterreno. Lo cierto es que durante el trayecto pudimos comprobar que era un coche en buen estado, sobre todo en lo que se refiere a sus frenos. Ya que cada dos por tres el tío giraba bruscamente el volante para parar en una esquina de una curva e indicarnos esta o aquella mina, que no se veía ni para atrás, pero parece que si le echabas un poco de imaginación conseguías ver una bocamina detrás de una vaca que pastaba, o un montón de piedras abandonada junto a un rebaño de ovejas.

De esta forma continuamos el camino, entre las montañas y las veredas, frenazo va, frenazo viene, parando aquí y allá. Hasta llegar a Burgos, donde continuamos el camino hasta llegar a un pueblucho con unas cuantas casas, con pinta de esos pueblos que salen en los programas de la tele tipo “Gente” o así, cuando les toca el Gordo de la lotería o asesinan a alguien en plan cafre en plena solana veraniega. Pues allí llegamos nosotros. el tipo aparcó el coche justo justo al comienzo del camino que llevaba a la supuesta cueva de Alí-Babá, y mira tú por dónde que cuando salimos del coche vemos que se le ha pinchado una rueda. Si es que tanto frenazo, tanta marcha adelante y marcha atrás no podía ser bueno, que el todoterreno también tiene su corazoncito. Y el tío, muy concienzudo él, decide ponerse a cambiar la rueda en ese momento. Calculemos que a todo esto sería ya más de mediodía, y el sol empezaba a apretar.

Cómo se cambia una rueda con el tipo este es también digno de explicar. No tiene nada que ver con los minerales, pero sirva de aviso a navegantes que osen acompañar a sus parejas en incursiones mineralógicas con otros tipos, que nunca se sabe por dónde te van a salir. Primero abrió la leonera-maletero, y sacó el instrumental para cambiar la rueda. Tras observar el desaguisado detenidamente, para ver por dónde había que sacar el tornillito, tuerca o lo que sea, Agus y el tipo llegaron a la conclusión de que no tenían ni puñetera idea, de manera que optaron por una femenina solución: consultar el manual de instrucciones del coche. ¿Femenina solución? ¡No! Con este tipo se acabaron los estereotipos, porque no sólo consultaba el manual, sino que lo tenía subrayado a fosforito a dos colores. Yo lanzaba miraditas suplicantes a Agus, pero el tío se pensaba que me estaba partiendo de risa y seguía a lo suyo, intentando descifrar por dónde puñetas se enganchaba el gato para sacar la rueda pinchada. Y el tío mientras, buscando en su manual.

A todo esto, sale de la casa de enfrente una señora de edad, preparada como de domingo en pueblos de este pelo. Y al poco rato aparca un coche cerca del nuestro. Por lo visto les hemos fastidiado el parking. Y como somos el espectáculo del momento, entre que suben y bajan equipaje a la casa, entablan una conversación de esas de verano que no lleva a ninguna parte: se ha pinchado una rueda, ¿eh? No, estamos buscando otro fosforito para adornar el manual, no te digo… Y me entero que han venido desde Madrid para dar una sorpresa a la matriarca de la familia y llevársela de picos pardos. Pues muy bien. Así de entretenida, finalmente se soluciona lo de la rueda, descargamos el material, y comenzamos la subida de una cuestecilla entre piedras y cardos, muy propia de mineros y nada bucólica, hasta llegar a la zona D. Empiezo a pensar que el tío este nos ha timado vilmente, al menos a mí, y que de alternar con visita turística nada de nada.

20 de septiembre de 2022

Mi experiencia con los minerales. Capítulo I

Hace 12 años Sonia sufrió la experiencia de una salida a minas producto de lo cual nació una divertida serie de 4 episodios describiendo este mundillo desde fuera. Aunque en este blog hice referencia al relato, nunca se publicó el texto íntegro cosa que hago ahora. Y comienzo con el primer capítulo.


A mi marido le gustan los minerales. Podía gustarle el fútbol, el mus, la caza o el piragüismo. Pero no. A mi marido le gusta entrar en minas y/o en canteras abandonadas (o no, que no sé qué es peor), mazo en mano y casco en cabeza, e intentar birlar alguna muestrita de pedrusco digna de exponer en su colección o de vender por eBay para continuar con la afición.

Yo no tengo nada en contra de este hobbie. Cosas más raras se han visto y al fin y al cabo, tiene un alto valor añadido: el contacto con la naturaleza es cuasi permanente, se alcanza un grado de conocimiento de la geografía política española que ya quisiera el de “Un país en la mochila”, y con un poco de suerte, se consigue superar el momento bocata y se degusta la comida propia de los alrededores (una de las pocas razones buenas para acompañarle).

Fuera parte de las dudas que me surgen cuando acompaño a mi marido en estas incursiones mineras (por ejemplo, qué pensarán los mineros de verdad de esta gente que entra en sus lugares de trabajo… ¡a divertirse!), uno de los elementos más característicos es la catalogación del aficionado a los minerales (me resulta indiferente que después los venda, o no). Me explico: yo acompaño a mi marido donde haga falta, que mira que no tengo problema porque al final siempre se complementa con alguna visitilla turística más urbanita o incluso a algún restaurante majo. El tema está cuando vamos con más gente. Porque mi marido está suscrito a una lista de distribución, que es una especie de conversación gigante a través de internet que se montan algunos sobre un tema, y la gente se va apuntando y apuntando hasta organizarse un diálogo de lo más intenso. Y claro, como es por internet y encima sólo hablas de piedras, pues tampoco te da pie a conocer en realidad cómo es la persona en cuestión. Y de eso sólo te das cuenta cuando ya has quedado con él o con ellos, estás donde Cristo dio las tres voces y encima te han llevado en coche y no tienes forma de huir.

Eso es lo que me pasó a mí la primera (y la última) vez que acompañé a mi maridito en su incursión minera con más “gente experta”.

Estábamos tan ricamente disfrutando de unos días de vacaciones en el pueblo de veraneo de mi marido, y resulta que oh casualidades de la vida, uno de estos aficionados veraneaba también allí. Total, que un par de llamaditas de teléfono y tenemos un primer encuentro cervecita en ristre, en una ronda de poteo por los bares (que no son pocos) del lugar.

Mi marido únicamente hablaba de minerales. Pero yo, que no crucé más palabras que “hola” y “adiós”, porque de variscitas y demás piedrolos no tengo ni puñetera idea, me dediqué a observar al personaje. Nos llega el hombre, un cuarentón sin terminar de hacer, con una bolsa que contenía algunas pedruscas de muestra y un montón de mapas del pueblo, que mira que es pequeño, pues no sabéis la de cosas que salen en el mapa. Lo de llevar pedruscas de muestra es una costumbre habitual en este mundillo, es como cuando llegaba Hernán Cortés a un territorio inexplorado y entregaba a los aborígenes un par de cazuelas; vamos, que así sabes que vas de buen rollo, que eres un tío majo y tal.

Una de las cosas que me llamó la atención del tipo, era un tic nervioso que tenía cada vez que le preguntabas algo. Al principio pensaba que sonreía en plan cortés porque no nos conocía, pero luego me di cuenta de que aquello no era por ir en plan simpático, sino que es que era así, venía con el pack. Y es que el tío cuando te escucha ladea ligeramente la cabeza hacia ti y esboza una sonrisa de panoli que no sabes si se está riendo o se está aguantando un pedo.

El encuentro preliminar o de acercamiento duró aproximadamente dos horas, tiempo durante el cual dio tiempo a tomar cuatro cervezas y dos mostos (voy a odiar esta bebida el resto de mi vida), a respirar la sana atmósfera creada por sus Chesterfield, a ventilar el montón de mapas que sacó de su bolsita de plástico, y por supuesto, a hablar un rato largo de minerales. Por suerte para mí, los bares tenían la tele encendida, nunca antes había estado tan puesta en deportes.

A eso de las 00.30, y como digo tras dos horas largas de conversación entre dos y de vacío para mí (ya sé lo que significa “mujer florero”), el colega propone una excursión para el día siguiente, que combina según él, la apasionante aventura de atravesar la Sierra de la Demanda en todoterreno, coger algunos minerales en un par de pueblos de Burgos, y regresar al pueblo a una hora razonable para seguir disfrutando de sus fiestas. Y como una imbécil, me creí el plan y me apunté. Craso error. Tenía que haberme dado cuenta cuando esa noche ya me quedé sin el sabroso batido prometido por mi marido y por el que mis glándulas salivares llevaban trabajando a destajo toda la tarde. Pero no, me dejé convencer. Si es que esto me pasa por estar recién casada…

17 de septiembre de 2022

Septaria, Guipuzkoa

Recientemente he tenido la oportunidad de adquirir esta septaria de Guipúzcoa procedente de una zona de interior relativamente alejada de zona de las clásicas y mundialmente famosas del geoparque Deba-Zumaia. Se obtuvo en una obras realizadas a principios de los años 1990.

Aunque no dejan de ser una mera curiosidad geológica, con cierto carácter decorativo para algunas personas, en mi colección tienen mucho interés por su procedencia. Lo mismo que para algunos puede ser de interés tener muestras de ámbar de todos los yacimientos cercanos, para mi lo es tener septarias de diversas zonas de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa. 

Septaria, cortes sin pulir

Septaria completa

16 de septiembre de 2022

XXXIV Feria de Minerales y Fósiles de Urretxu 2022

Un año más la cita de referencia en las ferias de minerales y fósiles vascas está en Urretxu, y como es habitual a principios de noviembre.

Cartel indicando los días 4, 5 y 6 de noviembre


12 de septiembre de 2022

Gallarta celebra en 2022 otra vez su particular Burdin Jaia


Tras la pandemia de la COVID-19 y con una fuerte presencia institucional, a las 12 del pasado sábado Gallarta retomaba su cada vez más conocida Fiesta del Hierro. 

Multitud de actividades, talleres, comidas populares, paseos en tren, concursos y demás actos culturales han hecho la delicia de vecinos y visitantes.

El sábado por la mañana estuvimos Sonia y yo, y además de charlar con algunas de las representantes políticas, dimos una vuelta por los dos puestos de minerales que estuvieron presentes, ambos José Luis (Forcada y Peluco) y ambos con mucho material de la zona. 

En el puesto de Forcada destacaban unos curiosos cuarzos sobre siderita que salieron hace mucho tiempo en una obras sobre la mina Julia en el barrio bilbaíno de la Peña. Hace muchos años en Fosminer pude conseguir un par de piezas mayores de ese hallazgo precisamente de manos de Forcada. En el puesto de Peluco, por otro lado, destacaba un bonito lote de fluoritas con calcita y dolomita de la bilbaína cantera del Peñascal. De esta cantera recibí un par de piezas muy buenas hace años, tanto de calcita lenticular como de fluorita, que por otro lado lo comparten todo con las de la cercana cantera de Bolintxu y otras tal y como describió Aitor Sopelena en Paragénesis en el número de noviembre de 2017.

Más allá de la fiesta, la zona merece una visita más tranquila tanto del Museo Minero como de la Ekoetxea.



Contenido de hierro en las arenas de las playas cercanas



Puesto de minerales de José Luis Forcada


Minerales en el puesto de Peluco