Total, que al día siguiente allí estábamos los dos como un par de campeones, frente a la casa de nuestro "amigo", equipados hasta las cejas: por un lado, la mochila con la comida. Por otro, el material para extraer el material. Que no os lo he contado, pero cuando vamos a buscar pedruscas, mi marido lleva más equipo que Juanito Oyarzabal cuando sube al K-2: el pico, el mazo, el cincel, el papel de periódico para guardar los hallazgos (yo los leo y releo en mis ratos de aburrimiento), las gafas protectoras que no se pone, las gafas de cuando estudiaba en la Uni en plan UnDosTrés y que son las que se pone para proteger, los guantes de protección que empezó a ponerse cuando pensó que le había picado una víbora (y en realidad era una hierbecita. El tema es que a mí casi me da un infarto del susto. El directo es lo que tiene), restos de pedruscas de viajes anteriores, y polvo, muuucho polvo en las mochilas. En total, tres mochilonas, más los bastones de montaña.
A todo esto llega el tipo con lo puesto, esto es, unos vaqueros y una camisa a cuadros, que parece que se va de potes en lugar de a por piedras. Como no ha comprado pan, mi marido va raudo y veloz a comprar una barra, mientras yo espero a que el tipo saque su famoso 4x4 para meter “el equipaje” en el maletero… Bueno, llamar maletero a eso es como llamar jovenzuela a la Duquesa de Alba, porque parece una leonera entre artilugios que escapan a mi mente femenina, bolsas llenas de mierda y cestitas que no acierto a imaginar lo que pueden contener. De alguna manera que todavía no me explico, introducimos nuestras mochilas, y entre que llega Agus, pierden un poco el tiempo hablando de mapas y piedrolos y esas cosas, nos subimos al coche y comenzamos el periplo. Una y no más, Santo Tomás.
Había olvidado describir el todoterreno del tipo. Era un coche japonés de color negro y cristales tintados. Bueno, eso creo, porque tenía las ventanillas bajadas y encima tenía techo de esos deslizantes y también lo tenía abierto, con lo que el huracán Mitch nos acompañó un buen rato. Aunque para ser justos se lo tengo que agradecer porque el tío fumaba como un carretero. Vamos, que no había muchas opciones: o pillabas cáncer de pulmón como fumador pasivo, o agarrabas una pulmonía que no te levantabas.
El todoterreno venía equipado con un gps que te indicaba hasta el caminito que hubieran hecho los jabalíes entre las montañas que rodean el pueblo en cuestión. Una pasada. Confieso que me quedé embobada mirando el aparatito, y eso me entretuvo un rato mientras la pareja seguía hablando de minerales.
En unos minutos salimos del pueblo y cogimos la carretera hacia la estación de esquí, justo donde habíamos estado el día anterior Agus y yo, pero andando, claro. Con el todoterreno nos adentramos en caminos de piedra y poco transitables con un cuatroruedas. Pero claro, para eso era un todoterreno. Lo cierto es que durante el trayecto pudimos comprobar que era un coche en buen estado, sobre todo en lo que se refiere a sus frenos. Ya que cada dos por tres el tío giraba bruscamente el volante para parar en una esquina de una curva e indicarnos esta o aquella mina, que no se veía ni para atrás, pero parece que si le echabas un poco de imaginación conseguías ver una bocamina detrás de una vaca que pastaba, o un montón de piedras abandonada junto a un rebaño de ovejas.
De esta forma continuamos el camino, entre las montañas y las veredas, frenazo va, frenazo viene, parando aquí y allá. Hasta llegar a Burgos, donde continuamos el camino hasta llegar a un pueblucho con unas cuantas casas, con pinta de esos pueblos que salen en los programas de la tele tipo “Gente” o así, cuando les toca el Gordo de la lotería o asesinan a alguien en plan cafre en plena solana veraniega. Pues allí llegamos nosotros. el tipo aparcó el coche justo justo al comienzo del camino que llevaba a la supuesta cueva de Alí-Babá, y mira tú por dónde que cuando salimos del coche vemos que se le ha pinchado una rueda. Si es que tanto frenazo, tanta marcha adelante y marcha atrás no podía ser bueno, que el todoterreno también tiene su corazoncito. Y el tío, muy concienzudo él, decide ponerse a cambiar la rueda en ese momento. Calculemos que a todo esto sería ya más de mediodía, y el sol empezaba a apretar.
Cómo se cambia una rueda con el tipo este es también digno de explicar. No tiene nada que ver con los minerales, pero sirva de aviso a navegantes que osen acompañar a sus parejas en incursiones mineralógicas con otros tipos, que nunca se sabe por dónde te van a salir. Primero abrió la leonera-maletero, y sacó el instrumental para cambiar la rueda. Tras observar el desaguisado detenidamente, para ver por dónde había que sacar el tornillito, tuerca o lo que sea, Agus y el tipo llegaron a la conclusión de que no tenían ni puñetera idea, de manera que optaron por una femenina solución: consultar el manual de instrucciones del coche. ¿Femenina solución? ¡No! Con este tipo se acabaron los estereotipos, porque no sólo consultaba el manual, sino que lo tenía subrayado a fosforito a dos colores. Yo lanzaba miraditas suplicantes a Agus, pero el tío se pensaba que me estaba partiendo de risa y seguía a lo suyo, intentando descifrar por dónde puñetas se enganchaba el gato para sacar la rueda pinchada. Y el tío mientras, buscando en su manual.
A todo esto, sale de la casa de enfrente una señora de edad, preparada como de domingo en pueblos de este pelo. Y al poco rato aparca un coche cerca del nuestro. Por lo visto les hemos fastidiado el parking. Y como somos el espectáculo del momento, entre que suben y bajan equipaje a la casa, entablan una conversación de esas de verano que no lleva a ninguna parte: se ha pinchado una rueda, ¿eh? No, estamos buscando otro fosforito para adornar el manual, no te digo… Y me entero que han venido desde Madrid para dar una sorpresa a la matriarca de la familia y llevársela de picos pardos. Pues muy bien. Así de entretenida, finalmente se soluciona lo de la rueda, descargamos el material, y comenzamos la subida de una cuestecilla entre piedras y cardos, muy propia de mineros y nada bucólica, hasta llegar a la zona D. Empiezo a pensar que el tío este nos ha timado vilmente, al menos a mí, y que de alternar con visita turística nada de nada.
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