Cuando se abre una geoda, se vacía una grieta o se desentierra una pieza (cosa que ocurre muy a menudo) en un entorno con poca luz y por efecto del barro, los cristales brillan tanto y las facetas/aristas que sólo se intuyen dan tantas esperanzas que uno mitifica sobremanera lo que ha envuelto camino al exterior.
Después, en casa, toca lavar la pieza con agua y cepillo previo a muchos otros posibles procedimientos de reducción, limpieza físico-química y naturalización. Es es ese momento, con la pieza limpia de su barro y mojada donde alcanza su máximo esplendor. Todo brilla, todo es transparente y los colores son muy vivos.
Al día siguiente, cuando se contempla la pieza seca es cuando llega el momento de recibir un baño de realidad. Los colores vivos se apagan, el brillo desaparece y la transparencia se vuelve opaca.
En este paso del yacimiento a la vitrina se tiene qué decidir si dejar la pieza tal cual sale de la mina o afloramiento sacrificando estética y "outfit", o si utilizar diversos trucos y artimañas para alcanzar una belleza que nos resulte suficiente para colocarla en nuestra colección. Cualquiera de las dos soluciones es aceptable, aunque por desgracia algunas veces la basura es el destino final.
Curiosamente, todo esto se pierde cuando la pieza se encuentra en una feria o red social. En este caso sólo vemos un "outfit" final sin contexto y sin historia que nos nubla la razón con brillos, filtros y colores a todas luces maravillosos. Adquirir e incorporar esa pieza en nuestra colección es tan válido como extraerla, pero se pierde mucha de la esencia mineralógica que no se puede pagar. Es como disfrutar de un libro aislado o disfrutar de un libro conociendo la historia del autor y la obra anterior que ha influido en él. El libro por sí solo nos va a llenar y hacer gozar también, sin duda, pero no tanto como lo haría cuando lo contextualizamos.
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