5 de enero de 2017

Una generación de coleccionistas irrepetible

Lo que estamos viviendo los últimos 50 años en el mundo del coleccionismo de minerales españoles no había ocurrido en ninguna época pasada y probablemente no volverá a ocurrir nunca más.

¿Y qué estamos viviendo si se puede saber?

Más que viviendo yo diría que estamos disfrutando de una época dorada en la que existen y se mantienen (casi siempre de manera desinteresada) centenares de colecciones particulares de minerales nacionales de muy alta calidad, tamaño, interés científico y en muchos casos (por desgracia) casi desconocidas.

Son muchos los factores que han contribuido a este Medio Siglo de Oro de Nuestros Minerales que contrastan con los de épocas pasadas en las que sólo unos pocos nobles y burgueses (también con muchas dificultades que seguramente no sufrían ellos) se podían permitir este "hobby".

Para empezar, y por muchas razones que no vienen al caso, tenemos más tiempo libre y de ocio que en ninguna otra época anterior, pero también tenemos una clase media más numerosa, instruida y acomodada, mejores carreteras (que les pregunten a los que iban a Berbes en el año 1970), tenemos mejores vehículos (coches, furgonetas, 4x4, etc.) y combustibles bastante asequibles para todos los bolsillos, un acceso inmediato y barato a información de todo tipo (geográfica mediante GPS y todo lo demás en Internet), existen redes de aficionados, libros y revistas especializadas muy dinámicos, desde la universidad aparecen constantemente aportaciones y colaboraciones desinteresadas que ayudan a caracterizar nuevas especies, en casi cualquier punto de la geografía nacional se promueven multitud de Ferias y Mesas de Intercambio de minerales y fósiles, etc., etc., etc.

Por contra, hemos sufrido la desaparición paulatina y hoy ya casi definitiva de la minería subterránea nacional. Ciertamente, a los coleccionistas nos ha beneficiado esta situación ya que son pocas las minas en explotación que permiten la entrada de aficionados y algunas incluso castigan la recuperación de algunas piezas por parte de sus trabajadores. Por tanto, se ha podido acceder con cierta libertad a minas no muy antiguas en condiciones de relativa seguridad (lo que, por desgracia, no ha evitado algunos accidentes fatales). A éstas hay que añadir un pequeño número de canteras aún activas y obras civiles que, gracias a incursiones casi furtivas (¡qué triste que tengamos que andar así!), también proporcionan piezas de cierto interés.

¿Y dices que esta generación no se volverá a repetir?

No soy quién para predecir el futuro, y menos para aguárselo a las jóvenes generaciones que vienen pegando fuerte. Sin embargo, es un hecho que cada vez se toman más medidas para que nadie pueda acceder a una zona de obras (viviendas, carreteras, túneles) e incluso se crean perímetros de seguridad con cámaras de vigilancia en minas y canteras como si fueran zonas de guerra. Las minas clausuradas más recientemente cada vez tienen menos que rascar y otras más antiguas empiezan a ser demasiado peligrosas como para pagar con la vida una triste piedra. Eso no quiere decir que aún no vayan a salir mejores piezas, pero seguramente cada vez será más difícil.

Cualquier político o autoridad científica con dos dedos de frente se debería dar cuenta de una triste realidad: Esas magníficas colecciones de minerales españoles (centenares hemos dicho) de una riqueza, calidad y cantidad nunca antes vista no tardarán en empezar a desintegrarse, disiparse o simplemente olvidarse como lágrimas en la lluvia (Blade Runner).

Esa autoridad (aún no sé bien de qué tipo) tiene una oportunidad única e histórica para encontrar fórmulas que impidan este fatal destino y crear un fondo común con una colección única e irrepetible en la historia de los minerales españoles.

Ahí queda.

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