Me he sorprendido encontrando similitudes entre la polémica taurina en Cataluña y el micromundo de los coleccionistas de minerales. Y me ha parecido tan graciosa la tontería que la voy a contar aquí.
Para empezar yo de toros no tengo ni la más ligera idea. Nunca he estado en una corrida de toros y, en principio, no es algo por lo que pierda el culo (tampoco lo pierdo por ir a ver un partido de fútbol). De hecho, he de reconocer que desde mi más tierna infancia les he tenido, a los toros en TV, algo de tirria por una razón tan pueril como vergonzosa: Básicamente, cuando sólo había dos canales de televisión, si una tarde había toros era a costa de no poder disfrutar dibujos animados, payasos o series infantiles.
Resumiendo, los toros no me gustan claramente por desconocimiento, aunque reconozco que representan una tradición muy respetable que debería juzgarse sosegadamente desde muchos puntos de vista bien confrontados. Y no me vale eso del sufrimiento del animal cuando me lo dice una persona que come buenos solomillos, pollos, merluzas, etc., sin pararse a pensar en el sufrimiento de lo que engulle a diario.
A mi juicio, el Parlamento Catalán ha dado un paso muy importante y valiente que no quiere decir que sea el correcto. Ha propuesto una regulación, previa reflexión, de un tema que divide muy profundamente a una sociedad tradicionalista como la nuestra.
¿Y dónde está el símil con los minerales? Desde luego que en la regulación no.
Uno de los argumentos más plausibles de los defensores de la tradición taurina es que si no fuera por ésta probablemente no existirían unas razas de toros tan exquisitas como las que producen actualmente decenas de ganaderías. Esto tiene su coste en tiempo y dinero, y como es de esperar ningún empresario lo hace únicamente por amor al arte: Viven de ello.
En el caso de los minerales ocurre algo parecido aunque con menos Leyes. No existirían las fantásticas piezas que circulan por el mundo si no fuera por los coleccionistas y comerciantes independientemente de su pedigrí: Los que cogen 100 piezas y los que cogen 10, los que comercian y los que lo hacen alguna vez o los que nunca, los que sólo cogen morralla y los que tienen suerte de coger sólo flotantes, los que duermen en la mina y los que se pagan un buen hotel, los que arrasan con sus martillos neumáticos y los que usan las manos y el pico, los que insultan y los que ignoran, los que divulgan y los que callan, los que aportan algo nuevo y los que repiten hasta aburrir, los que empiezan y los que acaban.
Se podrían encontrar muchos otros símiles si entramos en el campo de los toreros, toreados, por no decir también de los cuernos, pero no tengo ganas de escribir, que para algo estoy de vacaciones. Así que vale por hoy.
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