Cada vez que leo una noticia "ecológica y políticamente correcta" sobre el cierre de las centrales nucleares en este país avocado al subdesarrollo y el tercermundismo, me entra una mezcla de risa y lástima por nosotros, miembros de una muchedumbre dirigible por los medios de comunicación.
Recientemente se publicó en El Semanal la importancia que tiene alimentarse de una manera sana y natural evitando los productos con aditivos que pueden ser cancerígenos. Esta cantinela es muy vieja y no por eso dejamos de poner nuestra salud en manos de multinacionales que reprocesan, añaden, potencian o adulteran los alimentos como diciendo aquello de que lo que no mata engorda.
Sin embargo, parece que nadie duda de lo peligrosísimas que son las centrales nucleares y la radiación, incluida la de los teléfonos móviles que no por eso dejamos de utilizar. Es como si en el pasado hubiéramos vivido un ataque o un accidente nuclear y tuviéramos pánico a la lluvia radiactiva y sus consecuencias.
No nos vamos a engañar, nadie quiere, yo me incluyo, una central de éstas cerca de su casa. Pero eso no es motivo para no comportarse como un animal racional y cuestionarse algunas afirmaciones de dudosa credibilidad difundidas por no se sabe muy bien quién o quiénes.
La mayor parte de la energía eléctrica que producimos procede de los hidrocarburos. Y éstos no sólo contaminan mucho más que las centrales nucleares si no que proceden de la mayor industria/negocio del mundo: El petróleo y sus derivados. Es cierto que las centrales nucleares tienen un gran riesgo si no son bien gestionadas, es cierto que generan residuos que tardan cientos de años en desaparecer, es cierto que las radiaciones pueden producir cáncer, etc, etc, etc. Pero también es cierto que hay estudios poco difundidos con sus gráficos y estadísticas que demuestran que tras un accidente nuclear el aumento de casos de cáncer no es tan elevado como cabría esperar. Y si comparáramos las susodichas estadísticas con las del cáncer provocado por el tabaco, el alcohol, la contaminación y los alimentos preprocesados, más de uno y dos se quedarían sorprendidos.
Lo más triste es que no tener centrales nucleares en tu territorio no te libra de los problemas que éstas pueden ocasionar, ya que las tienen los países vecinos. Y no sólo te venden y te hacen dependiente de la energía que producen con ellas, si no que también te exponen a la lluvia radiactiva en caso de accidente. Nosotros más pobres, ellos más ricos y compartimos los riesgos.
Pero, además, de las centrales nucleares salen muchos de los isótopos radiactivos que se utilizan en Radioterapia y Medicina Nuclear, que sirven para diagnosticar decenas de enfermedades y curar el cáncer mientras no tenemos una receta mejor. Y sin centrales nucleares tendríamos que comprárselos a nuestros vecinos haciéndonos más y más dependientes y quedándonos más y más retrasados. Me pregunto con qué les pagaremos cuando, como ahora, nos falle el negocio inmobiliario y el turismo.
En una gran crisis mundial se me dibuja un panorama de lo más interesante: Un país que no dispone de energía suficiente para desarrollar su actividad, y que reduce su esperanza de vida diez años al no disponer de los recursos que ayudan a alargarla o a paliar los síntomas de muchos enfermos de cáncer.
Mientras no exista nada mejor tendremos que elegir entre vivir menos tiempo y peor sin riesgo de radiación, o vivir más años y con mejor calidad de vida asumiéndolos con la ayuda una administración capaz de asegurar el buen funcionamiento de este tipo de instalaciones.
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