De los muchos coleccionistas de piedras anónimos que hay, sólo unos pocos dan un paso más allá de las Ferias y pasan a recoger las suyas propias.
Los que lo han dado saben muy bien que algunas de las mejores piezas de la colección son las recogidas por uno mismo.
El primer yacimiento que se descubre o se le muestra al novato es visitado con gran ilusión una y diez veces, y en él recoge cualquier nanocristal y lo envuelve con el mayor de los cuidados, y trabaja a pleno sol o bajo la lluvia durante horas sin que apenas se le pase el tiempo. Y así el segundo yacimiento, luego minas y canteras. Y se da cuenta de que cuantas más veces va y cuanto más trabaja los yacimientos, mejores piezas encuentra. Por eso las valora más que ninguna otra, porque sabe lo que hay que sudar para conseguirlas.
Con suerte, alguna vez este coleccionista tiene la posiblidad de acceder a minas o canteras en explotación donde coger piezas buenas es tan fácil como pescar en una pecera, y casi todo el mundo tiene lo mismo de allí. Pero por esa razón éstas no tienen el mismo valor que esas otras tan duras de lograr.
Tras unos años, algo de barriga y muchas otras responsabilidades este coleccionista y otros muchos empiezan a hacerse vagos. Ciertamente, conocen los yacimientos y donde sale el material, pero empiezan a ser más selectivos y atacar casi exclusivamente lo más seguro. Los trayectos y caminatas que antes eran un paseo ahora se tornan auténticos éxodos migratorios que desmerecen cualquier nueva visita al yacimiento poco productivo.
Es triste que dejemos de visitar algunos lugares simplemente porque ya no sale nada, que en realidad quiere decir que sale pero con mucho más esfuerzo que antaño.
Mi corta experiencia me ha enseñado que tras tres visitas infructuosas siempre hay una cuarta que recompensa todas las anteriores.
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