Que un mineral grande, brillante, bien cristalizado, con colores llamativos y sin toques es mejor que muchos de los feúchos que tenemos en nuestras colecciones es algo que nadie discute. ¡Faltaría más!
Cualquiera que no tenga ni idea de minerales únicamente se fijará en los primeros y tirará los segundos a la basura. Al fin y al cabo la estética y la belleza de algunos minerales ha movido la avaricia del mundo durante siglos. Paradójicamente, seguro que se han recolectado miles de minerales excepcionales en la antigüedad y, sin embargo, prácticamente ninguno de ellos ha sobrevivido en su forma natural a la barbarie humana y el paso del tiempo.
Todo esto viene a que hace unos días un muy buen amigo mio se lamentaba amargamente por el aparente desprecio que hacía otro de algunas piezas que había recogido él y que, para más inri, le había intercambiado a petición suya.
Obviando el hecho de que la belleza de una pieza es algo sumamente subjetivo, aunque menos con la experiencia y conocimientos adecuados, no debemos olvidar que muchas veces no está relacionada con su valor.
Me explico.
En ocasiones, para recuperar algunos minerales hay que viajar durante horas, a veces por carreteras peligrosas, realizar largas travesías o ascensiones de montaña, descender a pozos con humedad y múltiples peligros, meter la mano a ciegas en agujeros, por no hablar de que esta actividad está en los límites de lo alegal. Y con todo, es muy improbable que en las primeras visitas localicemos algo que merezca la pena.
Así que cuando cuando recibamos una pieza y ésta nos mire con algún cristal tocado o algún color apagado, antes de descartarla pensemos en cuál es su verdadero valor, sobre todo si nos la han regalado o intercambiado.
La alternativa es bien sencilla: Prueba suerte a ver si la mejoras, al fin y al cabo ¿no dicen que las mejores piezas son las que coge uno mismo?
Colección Borja Sainz de Baranda
Hace 11 horas