Durante muchos años antes de mi actividad actual, he trabajado tanto en ciencia básica como en empresa privada y ahora que nos aplastan las vacas flacas me vienen las siguientes reflexiones.
Nadie en su sano juicio duda de la importancia de la ciencia en una sociedad moderna. Sólo hay que mirar un poco a nuestro alrededor para comprobar que los más desarrollados científicamente son los mejor preparados ante una gran crisis. Las dos grandes guerras se decantaron a favor del bando con más y mejores científicos (y mayores recursos para ellos, claro). China debe su creciente e imparable desarrollo actual a la cada vez mejor ciencia y tecnología del país. Las grandes superpotencias mundiales y corporaciones son capaces de pagar fichas como la de Messi por tener al mejor científico entre sus filas aunque no lo sepamos por los periódicos. Y así podríamos estar dando ejemplos todo el día.
Ahora bien. Estamos en crisis y los recursos son limitados. Se nos plantea un interesante problema de optimización, de máximos y mínimos, en el que tenemos que maximizar una función muy compleja y no lineal llamada Ciencia, minimizando los recursos utilizados para ello. Sin ciencia no hay desarrollo asegurado a medio y largo plazo, pero tampoco podemos financiar toda la ciencia con recursos limitados, y hay que recortar.
En mi opinión nunca en ninguna época, buena o mala, debería financiarse todo. Pero esa es otra discusión.
Ahora bien, ¿Qué recortar? ¿A quién despedir? ¿Físicos? ¿Geólogos? ¿Matemáticos? ¿Ciencia aplicada o sólo básica? Aquí está el quid de la cuestión que deben resolver los políticos y que puede levantar ampollas entre muchos colectivos.
Ante este escenario me gustaría hacer dos pequeñas reflexiones sobre aspectos de la ciencia que puede que mucha gente no conozca.
La primera es que la imagen moderna que tenemos del científico reflexivo altruista encerrado en su laboratorio dedicado a crear complejas ecuaciones es más falsa que judas. Los primeros científicos excelentes, los que crearon de verdad, los Newton, Galileo o Bernoulli, siempre buscaron el beneficio económico o personal directo de sus investigaciones. No necesitaron ni becas ni instituciones y ellos mismos se financiaron muchos de sus proyectos, pero con el ojo en un provecho directo. Y no me vale eso de que hoy los equipos necesarios para hacer ciencia son muy caros. Cavendish se gastó una fortuna personal para preparar su famoso experimento.
La segunda, es que cuando la industria empezó a percibir el potencial económico de la ciencia no dudó ni un instante en invertir en investigación básica y aplicada. Pero la industria tiene recursos limitados y horizontes temporales relativamente cortos, con lo que sus proyectos casi siempre están asociados a resultados. Y eso es lo que se hace en muchas empresas del mundo que financian proyectos buscando resultados concretos en poco tiempo.
Según lo anterior, el científico moderno tendría que ser el mayor emprendedor de todos los empresarios del mundo, ¿no? Pero parece que eso aquí no ocurre. ¿Por qué?
Colección Borja Sainz de Baranda
Hace 12 horas
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