No ha muchos días que hablé en mi blog de Ezcaray en relación a unos cuarzos con siderita muy interesantes de la sierra. Y allí elogiaba y recomendaba el pueblo como un gran enamorado de él que soy.
Una de las atracciones turísticas más sobresalientes de Ezcaray son los restaurantes de Echaurren (uno cocina tradicional y otro vanguardista) situados frente a la iglesia del pueblo Santa María la Mayor. Un premio nacional de cocina, una estrella Michelín, y otros muchos reconocimientos, les avalan y justifican los 70 EUR del menú degustación, por ejemplo.
Los conocedores del Echaurren tradicional casi siempre hablan de su plato estrella: Las croquetas de la Abuela. Que si son fantásticas, que si son las mejores que han probado en su vida. Esto lo puedo admitir y hasta me parece razonable porque la croqueta es un pequeño manjar que destrozan en las cocinas de miles de bares y restaurantes y a poco bien que lo hagas seguro que destacas. Pero de ninguna manera admito que estas croquetas sean las mejores del mundo como he oído decir esta mañana en RNE cuando entrevistaban a la cocinera del susodicho restaurante.
Yo soy una persona muy poco "croquetera" y menos "fritanguera" en general. Y, a pesar de ello, he probado croquetas de todos los tipos y procedencias. Algunas malísimas. Sin embargo, hace unos años, por fortuna para mi, descubrí las croquetas de mi suegra. ¡Y qué croquetas! Sabrosas, jugosas, crujientes, y encima sanas. De marisco, de jamón, de pescado, de mejillón, de huevo. Las mejores que he probado en mi vida con muuuucha diferencia. Y mi cuñado que es un sibarita y gran "croquetero" me da la razón, y mira que eso es difícil cuando hablamos del buen yantar.
No voy a caer en el error de decir que son las mejores croquetas del mundo porque en las croquetas como en el boxeo siempre aparecerá alguien que tarde o temprano te tumbará con un buen croquetazo de derecha. Pero sin duda las croquetas de mi suegra son mejores que las de la abuela.
Colección Borja Sainz de Baranda
Hace 12 horas
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